En “País riesgoso”, Claudio Zuchovicki y Hernán Dobry analizan la obsesión de los argentinos con la moneda estadounidense, a pesar de los inconvenientes que eso ocasiona.
La hiperinflación, el Rodrigazo, la confiscación de depósitos, el corralito, la pesificación asimétrica, el desagio, el cepo cambiario, la cesación de pago de la deuda, el Plan Bonex, el Austral, el Primavera, la plata dulce, los cambios de nombre de la moneda con la quita de varios ceros, el congelamiento de precios, los golpes de Estado y la inestabilidad política son algunas de las tantas situaciones que vivimos los argentinos en los últimos 50 años, que lentamente nos llevaron a perder la confianza en nuestra divisa y a buscar refugio en un lugar más seguro y líquido que nos permitiera conservar nuestro poder adquisitivo o, al menos, algo de tranquilidad: el dólar.
Más allá de esta constante desvalorización de nuestra moneda, el billete verde no siempre fue una obsesión para los argentinos como lo es ahora.
Los periodistas Alejandro Rebossio y Alejandro Bercovich destacan, en su libro Estoy verde: Dólar. Una pasión Argentina, que “en las décadas de 1950 y 1960 aparecieron en Buenos Aires los primeros ahorristas criollos dolarizados”, pero que esta costumbre recién irrumpió con fuerza con la llegada de la última dictadura (1976-1983) y, desde entonces, nunca más se detuvo.
El período entre 1955 y 1983 fue el de mayor inestabilidad, tanto en lo político como en lo económico, luego de la caída de Juan Domingo Perón (1955) y la sucesión de gobiernos civiles (con la proscripción del justicialismo) y militares. Es más, las Fuerzas Armadas estuvieron más tiempo en el poder que los políticos, quienes, a su vez, vivían asediados por el sector castrense cuando estaban en la Casa Rosada, algo que sólo terminó durante la administración de Carlos Menem.
Estos cambios constantes impactaron en forma directa en la economía, lo cual se vio reflejado en el comportamiento de nuestra moneda.
Cada ministro de Hacienda llegaba con su propio plan que, en muchos casos, era totalmente opuesto al de su antecesor, y esto fue tornando a la Argentina en un país casi imprevisible para los mercados.
Por eso, no es de extrañar que tengamos tan poca fe en el peso, ya que durante décadas vivimos signados por la desconfianza que nos generaban las instituciones nacionales y quienes las conducían. Esto nos marcó de una manera tal que nos resulta difícil cambiar esta costumbre.
Incluso, para muchos analistas, el vínculo entre el dólar y los argentinos va más allá de una relación económica o política, sino que se tornó psicológica, ya que en ella se ven representados nuestros miedos; en algunos casos, avaricia; incertidumbre y falta de confianza.
El Banco Central de la República Argentina (BCRA), la entidad encargada de manejar la política monetaria local, solía tener en su puerta un cartel que decía: “Cuidar tu soberanía es cuidar tu moneda”. Hace ya tiempo que no está. Todo un símbolo que explica por qué el dólar sigue siendo un refugio constante en el país.
Nada nos convence
Este comportamiento es, por momentos, casi ciego y automático, hasta el grado de que no nos importa lo que esté ocurriendo con el billete verde en el mundo: aunque suba, como ocurrió en la década de los ’90, o se esté desvalorizando frente a otras divisas, como viene pasando en los últimos años, siempre lo procuramos como salvación.
No hay nada que nos convenza de cambiar. Ni siquiera nuestros orígenes europeos nos tentaron a pasarnos al euro, que es la gran vedette de los últimos años y podría habernos dado mejores rendimientos. Menos aún pensamos en opciones como la libra esterlina, el franco suizo o el yen, que suelen utilizarse como reservas de valor cuando se producen grandes crisis en el planeta.
Sin ir más lejos, en nuestro país, la legislación permite abrir cuentas bancarias en la moneda de la Eurozona, pero apenas un puñado de entidades las tienen habilitadas, y casi ninguna las ofrece al público, que en su mayoría desconoce su existencia.
Este amor por el billete verde lleva a que gran parte de los argentinos que viajamos por negocios o turismo al Viejo Continente sigamos haciéndolo con ellos en efectivo y sólo los cambiemos cuando llegamos a nuestro destino, en lugar de salir del país directamente con euros, libras esterlinas o francos suizos.
El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner quiso terminar con esta fijación que tenemos los argentinos por el dólar, y para eso implementó medidas como el cepo cambiario en octubre de 2011, en un intento por que todas las operaciones en el país se realizaran en pesos, especialmente en el sector inmobiliario.
Pero fue tan rotundo el fracaso que la gente prefería directamente no hacer transacciones antes que pesificarlas. Tanto es así que se terminó instrumentando lo contrario a mediados del año 2013: es decir, un blanqueo de fondos de argentinos en el exterior, sin importar su origen, respetando la moneda y garantizando su obtención a través de un original instrumento llamado Cedin.
Desde hace décadas, los valores de las propiedades se calculan en la divisa estadounidense, a pesar, incluso, de que en varios períodos fue imposible comprarla, y lo mismo ocurre con los precios de los autos, cuyo valor, aunque se vendan en pesos, se calcula en billetes verdes, algo similar a lo que ocurre con los pasajes aéreos.
Su importancia es de tal magnitud que su cotización forma parte de nuestro día a día, sin importar quién sea el presidente de la República, al punto de que la mayoría de los noticieros incluye en sus transmisiones el precio al que se negocia en el mercado. Muchas veces es tapa de los principales diarios generalistas y cuenta con un banner en todos los portales de noticias. Incluso hay algunos que sólo se dedican a seguir sus movimientos.
Variable económica y política
Todo esto ha contribuido a que su cotización se haya convertido en una de las variables económicas más importantes, aunque también política. Por ejemplo, medido en términos constantes, a través de la historia argentina tuvo muchos picos de subida vertiginosa, tanto en tiempo como en forma, pero duraron un par de meses y, luego, siempre sobrevino un período de bajas de la misma magnitud, en términos de poder de compra, hasta la siguiente crisis.
Esto no hace más que confirmar la frase que dice: “En la Argentina, hoy sos rico en dólares y mañana sos pobre en dólares”. Estos hechos demuestran el contenido político que tiene su evolución: el miedo o la incertidumbre ante lo que va venir, hace que los ciudadanos se refugien en él, y esto genera un círculo vicioso, donde una corrida provoca un caos económico y, con ello, la pérdida del poder.
Por eso, el dólar termina siendo como el Increíble Hulk: es verde, crece con furia y arrasa con todo, con lo cual provoca muchos destrozos. Y, cuando al fin se calma, ya es tarde.
Todo proceso devaluatorio empieza a verse, primero, en las cuentas nacionales, ya que se pierde el déficit comercial, luego el fiscal y, finalmente, las reservas. Esto provoca el inicio de una corrida cambiaria. Cuando hay más importadores que productores, cae el empleo, y los problemas económicos se convierten en sociales. Los ciudadanos, ante la incertidumbre, dolarizan sus ahorros, y lo que se construyó en diez años, lentamente, se da vuelta en una semana.
Cada vez que un gobierno interfirió en la cotización del dólar libre o lo desdobló (en comercial, financiero, turista), las consecuencias fueron las mismas: un mercado paralelo con un precio superior, y la proliferación de los llamados “arbolitos” y las “cuevas”.
Las medidas tomadas por el gobierno de Cristina Kirchner en el año 2013 hicieron que hasta hubiera más de una versión del paralelo, al punto de que conviven el blue (en las llamadas “cuevas” donde se vende), el green (es decir, “verde” en inglés, por los “arbolitos”), el celeste (el inmobiliario), el gris o contado, con “liqui”, bolsa, turista, ahorro, entre otras variantes menos usadas.
Fuente: La Voz
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